miércoles, 23 de noviembre de 2011

Rictus


Hacer siempre es problemático. La voluntad, el poder, la necesidad, concitan en función del movimiento, en busca del hacer.
El espacio y el tiempo, como marco de oro, de inaplazable intriga que emite señales de humo, hace. Nos incita el abandono y mi estado abstruso de menesteroso me impide el no hacer. ¿Qué hacer? Al parecer estamos condenados al movimiento, a un eterno devenir de situaciones nimias, prolijas; somos meandros del universo y su big-bang.
Todo se reduce a una dinámica giratoria, de cambio, de periódico y regular cambio. No tengo problema con ello, pero me aturrulla profundamente pensar que aquel movimiento compungido y de periplo talante esté allí siempre. Incluso en el silencio sempiterno de la tierra húmeda de las montañas se puede  percibir aquel raudal de cosas que son; no bastaría con pirarse bajo el agua, o camuflarse tras el miasma que dejan los coonatras; de nada serviría refugiarse. Vivo en medio de una ataraxia que me coacciona, me mantiene en vía de no desvirtuar este orden, este anguloso y carroñero esquema de cambios y existencias. Mis días son las pírricas extremidades de una escolopendra regordeta de engullir los rictus de la gente. Extrañamente, y no sé por qué, asumo a quienes me rodean como verdugos de mi moho, de mis fluctuaciones, del caldo grasoso y viscoso que soy.  Me encuentro en un pasillo de dimensiones enormes, soy epicentro, tornasol marchito, actor pasivo de una ordalía que nunca termina y que cada vez es más engorrosa, a la vez que graciosa.

Me consuela pensar que este movimiento, a pesar de su perenne injerencia, me conducirá tarde o temprano a nada. Aunque no tengo claro (aún) si la nada es también tácita hija del devenir, o si, como lo espero, pudo ésta exorcizar desde siempre al demonio de este eterno repitis y divorciarse completamente de las tentativas de un futuro posterior al futuro.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Der Mond

A veces pienso que el sol nunca se pone
Y que como simple hebdomadario esférico, me engaña con la luna.
Que entre aires de fratricida pendencia, el grácil y consentido frío
Torna el aire más ligero y cortante; mientras que
La para mí no baladí luna lucha a muerte constantemente
En las postrimerías del día con el vesánico glauco.
¿Quién será declarado por el hiperíón amalgama triunfante,
Digna de germinar tras su puesta?
Lo cierto es que los cielos que conversan con las montañas del Valle de Aburrá,
Como verdad de Perogrullo, hipnotizan el circuir
De hoscos y huraños con el nacimiento eurítmico
Del astro femenil, digno de ser llamado masculino por germanófonos.