viernes, 29 de julio de 2011

Hiperión- Friedrich Hölderlin.

 HIPERIÓN A BELARMINO. Volumen primero, libro primero, segunda carta.

No tengo nada de lo que pueda decir: esto es mío.
Lejos y muertos están mis seres queridos, y ya no hay voz alguna que me hable de ellos.

Mi negocio aquí en la tierra ha terminado. Emprendí la tarea pleno de voluntad, me desangré en ella, y no he enriquecido el mundo en un solo céntimo.

Desconocido y solitario vuelvo a mi patria y vago por ella como por un vasto cementerio, donde tal vez me espere el cuchillo del cazador, a quien nosotros los griegos somos tan del agrado como la caza del bosque.

¡Pero tú brillas todavía, sol del cielo! ¡Tú verdeas aún, sagrada tierra! Todavía van los ríos a dar en la mar y los árboles umbrosos sombrean al mediodía. El placentero canto de la primavera acuna mis mortales pensamientos. La plenitud del mundo infinitamente vivo nutre y sacia con embriaguez mi indigente ser.

¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo.

Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno a mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si se disolviera el dolor de la sociedad en la vida de la divinidad.

Ser uno con todo, esa es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la Naturaleza, esta es la cima de los pensamientos y alegrías, esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.

¡Ser uno con todo lo viviente!  Con esta consigna, la virtud abandona su airada armadura y el espíritu del hombre su cetro, y todos los pensamientos desaparecen ante la imagen del mundo eternamente uno, como las reglas del artista esforzado ante su Urania, y el férreo destino abdica de su soberanía, y la muerte desaparece de la alianza de los seres, y lo imposible de la separación y la juventud eterna dan felicidad y embellecen al mundo.
A menudo alcanzo esa cumbre, Belarmino. Pero un momento de reflexión basta para despeñarme de ella. Medito, y me encuentro como estaba antes, solo, con todos los dolores propios de la condición mortal, y el asilo de mi corazón, el mundo eternamente uno, desaparece; la naturaleza se cruza de brazos, y yo me encuentro ante ella como un extraño, y no la comprendo.

¡Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas! La ciencia, a la que perseguí a través de las sombras, de la que esperaba, con la insensatez de la juventud, la confirmación de mis alegrías más puras, es la que me ha estropeado todo.

En vuestras escuelas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la naturaleza, donde creacía y florecía, y me agosto al sol del mediodía.

¡Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa, contemplando los misarables céntimos con que la compasión alivió su camino.

jueves, 28 de julio de 2011

"Nos engañaron ¡bye bye bom!"

"¡Nos engañaron con la primavera!" Nos engañaron nuestros sueños, nuestros más diáfanos deseos, la televisión y el libro; nos engañó el tendero y Gabriel García Márquez, la yerba mala y el reloj. Nos engañó esa ocarina, también la neurona y el átomo. Nos engañó ramplonamente la gallina clueca y el eucalipto; Nos engañó el asfalto y África. Nos engañó Bogotá, Cartagena y Leticia; nos engañó la internet, la educación y la almohada. Nos engañó el agua, el aire y los poemas. También me engañó usted, a sabiendas de que nunca engañé a nadie.

jueves, 7 de julio de 2011

Amanecer

En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.

Jorge Luis Borges

sábado, 2 de julio de 2011

Sin título.

Como cuando uno se topa con un viejo amigo, no de forma deliberada, más bien diría yo por capricho del destino. Me reencontré con un viejo poema de mi niñez producto de una tarea escolar. No refleja genialidad alguna, tampoco es un escrito de gran profundidad; simplemente es un recuerdo vivo aunque intangible, que ha sobrevivido al ardid de los años. Has de preguntarte cuál es su relevancia, pues, tal vez sólo sea reconocible por mí. Me aventuro a pensar que es un elemento que se conserva intacto, una muestra inconfundible, inmortal, pura, de lo que alguna vez fui y que estoy absolutamente seguro no soy hoy; una muestra de una época feliz, hija de pensamientos pueriles y nulas vanidades, que reconozco como completamente preferible a cualquier otro estado del ser mientras ocupa esta humanidad.



Había una niña hermosa
con un sombrero amarillo
y un hombre a su lado estaba
fumandose un cigarrillo.

La niña al mirarlo
furiosa lo corrige
y el señor por este hecho
entonces la maldice.

La niña muy triste 
quiere irse ya,
pero entonces el señor
que muy arrepentido está
perdón ahora le pide
y así ella no se va.

Se vuelven amigos 
y juntos la pasan.
El señor el cigarrillo 
lo cambia por uvas pasas.

Al final del día 
cansados van a su casa
y contando esta historia
todo el día se la pasan.

Al día siguiente 
se ven en el parque,
y van a nadar
a un lindo estanque.
Pero un señor,
al verlos les dice:
el agua no saquen.